@Sonia Franco - 03/09/2010 06:00h
Hace unos cinco años, ADLC (Antes De La Crisis), me tocó entrevistar a un grupo de candidatos a becario y acabé muy sorprendida, por no decir indignada. Lo único que parecía importarles eran los horarios y si los jefes nos tomábamos en serio la conciliación. ¿Quéeeee? A uno de ellos se le ocurrió preguntarme: “¿Qué puede hacer esta empresa por mí?”. “Nada, chatín”, pensé. “Porque aquí no entras”.
¿Cómo es posible que las cosas hubiesen cambiado tanto desde que yo misma era una aspirante a becaria? Pues que el trabajo abundaba. Esa generación sentía que podía elegir y plantear sus propias exigencias.Probablemente, muchos de ellos habían visto en casa el efecto de la pseudoadicción al trabajo (ambos padres luchando por hacerse un hueco en el mundo empresarial a costa de lo que fuese) y no querían pasar por lo mismo.
Por aquel entonces, los titulares de los periódicos hablaban de la importancia de la conciliación, de la necesidad de dar facilidades a las mujeres para que escalasen puestos en el mundo empresarial, de los avances tecnológicos que nos iban a permitir trabajar desde la piscina del hotel de Maldivas… No sé vosotros, pero yo no recuerdo la última vez que leí un titular sobre los horarios flexibles, el trabajo a tiempo parcial o el teletrabajo. ¿Quiere esto decir que, en EPC (En Plena Crisis), las nuevas generaciones tienen que rebajar sus expectativas laborales? ¿Qué los cuarentones (perdón, cuarentañeros) que nos educamos en la cultura del esfuerzo y del sacrificio volvemos a estar de moda?
Lo siento, no tengo la respuesta. Pero sí tengo una cosa clara: que si los jóvenes aspiran a puestos directivos en las empresas tradicionales no deberían olvidarse de dos cosas. La primera que, entre los que mandan, proliferan las personas de entre 40 y 60 años a las que, por lo general, les ha costado mucho llegar a dónde están. Son de los que trabajaron de meritorios (sin cobrar), ganaron poco al principio y escalaron posiciones trabajando muchas horas. La segunda, que una gran mayoría son hombres, a lo que aquello de conciliar les sigue sonando un poco marciano (lo siento, señores). Y les gusta rodearse de personas que se parezcan a ellos.
Es muy difícil llegar a directivo si no se es un pelín workaholic. Si uno no está dispuesto a sacrificar un pedazo importante de vida personal, es complicado llegar arriba en empresas cada vez más internacionales, cada vez más competitivas, cada vez menos paternalistas. Por mucho que los libros de autoayuda prediquen la búsqueda del equilibrio, son lentejas. No hay otra forma de sobrevivir en un entorno laboral como el que tenemos en España como no sea adaptándonos a las exigencias de los que mandan.
¿Qué estaría bien cambiar esa cultura? Claro. Sobre todo, porque esta costumbre tan española de trabajar muchas horas no se traduce en más productividad y sí en mucha insatisfacción. Por eso es fundamental que las nuevas generaciones impulsen con sus expectativas nuevos patrones de comportamiento en la empresa y nos arrastren a los demás detrás.
De hecho, ya está pasando en compañías con gerentes jóvenes, sobre todo pymes. Pero a la gran empresa aún le queda un laaarrgo camino por recorrer, los relevos generacionales en el poder tardan y las conquistas tendrán que esperar a que esta crisis pase a mejor vida. Pero, mientras cambian las cosas, EPC, ¿a quién contratarías? ¿A uno de 20 o a uno de 40?
Yo lo tengo claro: ficharía a alguien con buena formación, eficaz y productivo, creativo, buena persona y de trato agradable, con la humildad suficiente para aprender y la dosis de ambición necesaria para querer crecer profesionalmente (aspirantes a concursante de Gran Hermano, abstenerse). ¿Edad? Igual que el tamaño, a veces no importa…