Publicado en YORIENTO
Ir llorado de casa, pero ir (317)
Ángel Gabilondo, presidente de los rectores, filósofo metafísico, acude a la cita precedido de lo que dice en su último libro, Alguien con quien hablar. A las siete menos veinte suena su despertador. Antes de levantarse, remolonea, piensa, “eso tan peligroso de pensar”. “Me acuerdo mucho de mis padres; nunca dejaron de ir adonde tenían que ir. No me dejo dominar por los estados de ánimo, tengo que hacer”. ¿Y cuáles son esos estados de ánimo? “Veo montañas que hay que escalar, todo me resulta complejo; darían ganas de decir ‘no juego’, pero no me permito una rendición. Así que una vez que acaba la ducha helada ya no me permito sino la tarea que he de hacer”. Va al trabajo “llorado de casa”, y es lo que le pide a los que están con él, “que vengan llorados de casa”.
Estas declaraciones me recuerdan que la mejor forma de luchar contra esos pasajeros negativos que se nos cuelan en el autobús de vez en cuando es, simplemente, seguir haciendo lo que uno tiene planeado hacer, aunque uno no tenga ganas, y aunque disponga de muchas excusas razonables y algunas emociones chungas para justificar el abandono. Y seguro que, no ya mañana sino dentro de un rato, será otro día. Y es que hacer siempre te llevará a hacer más, no hacer no te lleva a ningún sitio.
Imagen de JRMora